Prosas imaginadas | Intimas voluntades

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Collages

Algunas muestras de collages

Volver de un largo viaje es una experiencia tan excitante como iniciarlo. Las heridas cicatrizadas, algunas aún abiertas, el olor del campo de batalla, hacen del regreso la mayor de las aventuras. En ocasiones la vida marca puntos de inflexión y nos mueve al retorno incondicional, al abrigo del mejor de los puertos.

Nunca se ancló al pasado. Su corazón sabía de la existencia de horizontes sucesivos que se construían más allá de lo evidente. Por eso no dejó jamás de viajar.

Argumentos "ad hominem"

Se armó de soledad, se revistió de incomprensión y anduvo hacia la tierra prometida errante, sin ninguna verdad revelada que le guiase. Sabía de la escasez de sus fuerzas y de lo efímero del tiempo.

En la incomunicación, sus corazones ardían.

Cada una de ellas fue construyendo su propio relato vital abstraídas de los finales felices que coronaban las historias que, cada noche, alimentaban el calor de la casa.

Fue el origen de las fronteras, el esperma primigenio que fecundó los poderes que las construyeron. La negación absoluta del otro.

De improviso, el recuerdo se materializaba en una sensación real. Así era su capacidad evocadora. Comprendió que no era dueño de su memoria.

Las lecturas fueron el bálsamo con el que encontró consuelo. Se ató a sus libros y vivió construyendo futuros oníricos que, a veces, se materializaban de improviso.

Paciente y dolorosamente iba cubriendo, con gotas de su sangre, cada una de las pretéritas heridas que el viaje materializaba en el presente. Así, poco a poco, fue creando su cuaderno de bitácora.

Creían que administrándole el viático cambiaría el rumbo de su viaje. Sin embargo, desoyendo los laúdes, se mantuvo firme en su búsqueda.

Siempre pensó que la cabeza podía mantenerse al margen del corazon. Es por eso que intentó desprenderse de las tasas que recíprocamente se obligaban a pagar.

Las lecturas le permitieron escapar de lo mediocre y fue, por ello, condenada al silencio. No obstante, seguía sintiendo la emoción de renacer cada mañana.

Se refugió en lo escrito y en la firmeza de la piedra que le anclaba. Alguna vez se sorprendió buscando respuestas en los reflejos de color.

Fue el agua con la que cada mañana volvía a la vida. La frontera que separaba la vigilia del sueño.

Por periodos vivió a extramuros de sí mismo, lejos del calor que acostumbraba. Fueron días de frío y hambruna del alma. Siempre tuvo presente de dónde provenía y los tributos que hubo de pagar.

Supo que la primavera alejaría los monstruos y por eso se sintió con fuerza para gritar. Dejó de creer en la suerte y abrazó el camino de la esperanza.

A pesar de ser poseedores de La Luz, vivieron épocas de total oscuridad. Éxodos en busca de una tierra prometida que ya era suya, en la que ya habitaban. Confiar en la existencia del destino fue su único alimento en aquella cotidiana travesía del desierto.

Sin saber que buscaban, pero sin dejar de hacerlo, cada uno encontró la clave para comprender al otro. Esa fue la razón para emprender una nueva aventura.

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Su peor condena fue la de las palabras. La de la necesidad de componer un relato coherente a partir de signos que adquirieran sentido en la mente del lector. La fuga era la única razón de cada día.

Comprendió que era cuestión de actitud. De no prestar atención a los estruendos espúreos y detenerse a escuchar el rumor más cercano. De otorgarse la posibilidad de ser y hacer.

Miró hacia atrás y vio el camino que había recorrido.
Era otra, nada tenia que ver con aquella que inició el viaje. A pesar de las heridas había merecido la pena. Se había hecho más fuerte.

Sabía que le encantaban las tormentas eléctricas. Pero jamás imaginó el placer de descubrirlas, de atravesarlas. La verdadera calma estaba justo en el vórtice de la peor de las borrascas.

Buscó, insistentemente, a quien confiarse. Alguien que marcase, más allá de su mente, su camino sin cargar con la culpa posterior.
Comprendió la relatividad de lo mínimo, la literalidad de lo adyacente, volvió a ser n desnudez.

Su única certeza fue la duda. Jamás comprendió por qué todo debía reducirse a una versión dicotómica de la realidad; a blancos y negros, a estar o no estar, al frío o al calor. Nada fue igual después de conocer la belleza de lo templado.

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