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"De las antiutopías y las quimeras" - Galería
de lo posible en tiempo de escasez
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Quiso mirar, una vez más, el interior cubierto de cascotes pero tenía miedo de no saber interpretar las señales que encontrase.
Era consciente de que en aquel espacio devastado habían permanecido intactos los pilares sobre los que, a lo largo de los años, había ido construyendo un universo íntimo que daba soporte a sus sentimientos.
La música, la lectura, las historias oídas más allá de los confines de su reino, su propia concepcion sobre la muerte o la vida, sobre el amor y el odio, sobre el perdón y el rencor, habían sido de balizas que marcaron la ruta, las raíces con las que su alma se fijó con fuerza a la tierra fértil en la que fue parida y en la que creció. Nunca dejó de seguirlas, aún en los más despiadados laberintos..
Era consciente de que en aquel espacio devastado habían permanecido intactos los pilares sobre los que, a lo largo de los años, había ido construyendo un universo íntimo que daba soporte a sus sentimientos.
La música, la lectura, las historias oídas más allá de los confines de su reino, su propia concepcion sobre la muerte o la vida, sobre el amor y el odio, sobre el perdón y el rencor, habían sido de balizas que marcaron la ruta, las raíces con las que su alma se fijó con fuerza a la tierra fértil en la que fue parida y en la que creció. Nunca dejó de seguirlas, aún en los más despiadados laberintos..
Sabía que, tarde o temprano, la verdad vendría a iluminar aquel espacio en ruinas en el que se había convertido su alma desde que él partió.
Cada día, desde entonces, solía sentarse desnuda a esperar que la bañase el sol dorado y franco de la mañana, imaginando que en cualquier momento lo vería, de nuevo, aparecer.
Hacía varias vidas que, como una Penélope reconstruida tejía y destejía las emociones con las que se alimentaba, construyendo cada día un sueño que soñar, un deseo que perseguir, un horizonte que le diera la posibilidad de sobrecogerse, una vez más, con la contemplación del arco iris.
A fuerza de esperanzas y desasosiegos, de partidas y retornos, de sueños y vigilias , buscaba un sueño que soñar, una certidumbre a la que aferrarse para trazar una ruta que condujera a la salida de aquel laberinto.
Cada día, desde entonces, solía sentarse desnuda a esperar que la bañase el sol dorado y franco de la mañana, imaginando que en cualquier momento lo vería, de nuevo, aparecer.
Hacía varias vidas que, como una Penélope reconstruida tejía y destejía las emociones con las que se alimentaba, construyendo cada día un sueño que soñar, un deseo que perseguir, un horizonte que le diera la posibilidad de sobrecogerse, una vez más, con la contemplación del arco iris.
A fuerza de esperanzas y desasosiegos, de partidas y retornos, de sueños y vigilias , buscaba un sueño que soñar, una certidumbre a la que aferrarse para trazar una ruta que condujera a la salida de aquel laberinto.
Cada mañana se enfrentaba al más cruento e íntimo de los trabajos, el que le obligaba a derribar los límites que marcaba la sinrazón de la realidad y recorrer los espacios emergentes que se intuían más allá del horizonte.
Hacía mucho tiempo que había decidido viajar ligero de equipaje y no acertaba a comprender como su equipaje, a veces, resultaba más pesado.
Afortunadamente, cada día, la luz disociaba su alma libre de la razón y lo invitaba a salir de las realidades construidas en la oscuridad. Una vez más emprendió el camino.
Hacía mucho tiempo que había decidido viajar ligero de equipaje y no acertaba a comprender como su equipaje, a veces, resultaba más pesado.
Afortunadamente, cada día, la luz disociaba su alma libre de la razón y lo invitaba a salir de las realidades construidas en la oscuridad. Una vez más emprendió el camino.
Aún desnudo, siempre se irguió de inmediato después de cada caída.
A pesar de las heridas, a pesar del dolor de corazón, a pesar de su alma hambrienta de emociones, jamás perdió la esperanza de volver a encontrar el camino que le conduciría a la mañana, al lugar donde todo era posible en libertad, sin mirar atrás.
Se negaba a darse por vencido. Por eso, una y otra vez, volvía a levantarse.
Con el paso de los años había aprendido a valorar lo que era capaz de dar sentido a su vida realmente, a desprenderse de todo lo superfluo, a viajar ligero de equipaje.
A pesar de las heridas, a pesar del dolor de corazón, a pesar de su alma hambrienta de emociones, jamás perdió la esperanza de volver a encontrar el camino que le conduciría a la mañana, al lugar donde todo era posible en libertad, sin mirar atrás.
Se negaba a darse por vencido. Por eso, una y otra vez, volvía a levantarse.
Con el paso de los años había aprendido a valorar lo que era capaz de dar sentido a su vida realmente, a desprenderse de todo lo superfluo, a viajar ligero de equipaje.
Intentaba comprender aquel caos en el que vivía, aquél espacio caótico y yermo en el que se había convertido su vida. No acertaba a percibir el verdadero sentido de los colores, los olores o los sonidos de la soledad. Por eso, cada día avanzaba un poco más en aquel desierto con la esperanza de verlo regresar.
Sabía que detrás de una puerta clausurada a destiempo quedaban conversaciones nonatas, abrazos sin cerrar, cuidados no dispensados y heridas que tardarían en cicatrizar. Sabía que, a su vuelta, sus sueños volverían a brillar.
Sabía que detrás de una puerta clausurada a destiempo quedaban conversaciones nonatas, abrazos sin cerrar, cuidados no dispensados y heridas que tardarían en cicatrizar. Sabía que, a su vuelta, sus sueños volverían a brillar.
Cada uno de ellos quedó solo pero, a pesar de la distancia, se sabían unidos por un vínculo inmaterial, inmarcesible y eterno que perviviría.
Para quien se quedó, nada había más doloroso que el paso de cada minuto, nada más errático que un corazón que rebuscaba en la ausencia, nada más amargo que las noches de vigilia.
Para quien inició el viaje, nada tan emocionante como la esperanza de poder descubrir un universo ignoto, nada más deseado que el vuelo en libertad.
Batió las alas y se elevó por encima de los mundos en los que hasta entonces había habitado.
Desde aquella altura vio que el horizonte se hacía curvo y se suavizaba. Comprobó que los senderos de vuelta habían quedado intactos en aquella tierra quemada.
Para quien se quedó, nada había más doloroso que el paso de cada minuto, nada más errático que un corazón que rebuscaba en la ausencia, nada más amargo que las noches de vigilia.
Para quien inició el viaje, nada tan emocionante como la esperanza de poder descubrir un universo ignoto, nada más deseado que el vuelo en libertad.
Batió las alas y se elevó por encima de los mundos en los que hasta entonces había habitado.
Desde aquella altura vio que el horizonte se hacía curvo y se suavizaba. Comprobó que los senderos de vuelta habían quedado intactos en aquella tierra quemada.
Habían creado un universo a su medida, en el que solo cabían los dos; habían creado una lengua inaudible , también a su medida, con la que podían comunicarse sus corazones en medio de aquella Babel que habitaban; se habían abrazado tantas veces en la noches de miedo,
Por eso ahora ella, en la ausencia, desde que había partido sentía un vacío desconocido que le arañaba el alma como nunca había sentido.
Cada día, cuando la tarde hablaba en voz baja a la noche, esperaba pacientemente para encontrarlo en uno de sus sueños huérfanos y traerlo de vuelta a casa.
Por eso ahora ella, en la ausencia, desde que había partido sentía un vacío desconocido que le arañaba el alma como nunca había sentido.
Cada día, cuando la tarde hablaba en voz baja a la noche, esperaba pacientemente para encontrarlo en uno de sus sueños huérfanos y traerlo de vuelta a casa.
A veces, se sentaba a esperar que le acariciaran las horas que atravesaban el universo de felicidad artificiosa que otros le habían impuesto.
Cómo decirle al corazón que no doliese, cómo asedar las espinas con las que el tiempo le arañaba el alma, cómo volver a ese futuro mil veces imaginado.
Una y otra vez, cerraba los ojos por ver si, al abrirlos, todo resultaba ser un mal sueño, uno de esos, tan reales, que te secuestran el aliento.
Mil veces intentó adelantar el amanecer, pero nunca lo consiguió y, a pesar de ello, no se dio jamás por vencida, por eso seguía esperando con pasión la luz de la mañana. Estaba segura de que vendría.
Cómo decirle al corazón que no doliese, cómo asedar las espinas con las que el tiempo le arañaba el alma, cómo volver a ese futuro mil veces imaginado.
Una y otra vez, cerraba los ojos por ver si, al abrirlos, todo resultaba ser un mal sueño, uno de esos, tan reales, que te secuestran el aliento.
Mil veces intentó adelantar el amanecer, pero nunca lo consiguió y, a pesar de ello, no se dio jamás por vencida, por eso seguía esperando con pasión la luz de la mañana. Estaba segura de que vendría.
Había pasado el tiempo y los años habían hecho que su alma y su corazón se serenasen.
Sentía que el universo que ahora habitaba, construido tras librar cruentas batallas entre la memoria y el olvido, le había concedido el privilegio de ser feliz. Por eso, intentaba agotar cada uno de los hipnóticos instantes de la espiral que el presente continuo construía.
Había dejado de esperar futuros con pies de barro, de querer dirigir sus sueños, de enjuiciar las realidades paralelas, de justificar ante otros sus actos. Jamás volvió a hacerlo.
Cada tarde, tranquilamente, se sentaba a esperar la llegada de la vida.
Sentía que el universo que ahora habitaba, construido tras librar cruentas batallas entre la memoria y el olvido, le había concedido el privilegio de ser feliz. Por eso, intentaba agotar cada uno de los hipnóticos instantes de la espiral que el presente continuo construía.
Había dejado de esperar futuros con pies de barro, de querer dirigir sus sueños, de enjuiciar las realidades paralelas, de justificar ante otros sus actos. Jamás volvió a hacerlo.
Cada tarde, tranquilamente, se sentaba a esperar la llegada de la vida.
Su inocencia hacía de su mirada la clave para interpretar el mundo desordenado, caótico y subvertido al que había venido.
Había sido mil veces la protagonista de los sueños de otros y sabía que había llegado la hora de hacerlo por ella misma.
Abrió los ojos a la luz del día, se protegió del sol y probó a soñar como nunca antes lo había hecho, con la emoción de quien abre las alas por primera vez e intenta el vuelo.
No tardaron en acudir en su busca almas que habitaban en el lugar donde lo hacen los arquetipos de los sueños, donde se despiertan las ilusiones que secuestran a la tristeza, donde nacen las vidas eternas y resucitan los canciones olvidadas. Era la única forma de vivir mil vidas en una. Todavía no lo sabía.
Había sido mil veces la protagonista de los sueños de otros y sabía que había llegado la hora de hacerlo por ella misma.
Abrió los ojos a la luz del día, se protegió del sol y probó a soñar como nunca antes lo había hecho, con la emoción de quien abre las alas por primera vez e intenta el vuelo.
No tardaron en acudir en su busca almas que habitaban en el lugar donde lo hacen los arquetipos de los sueños, donde se despiertan las ilusiones que secuestran a la tristeza, donde nacen las vidas eternas y resucitan los canciones olvidadas. Era la única forma de vivir mil vidas en una. Todavía no lo sabía.
A pesar de que todas sus emociones solían agolparse en su mente de una manera desordenada y caótica, a veces se sentaba embelesado por la vida, por el gusto de verla pasar
Se detenía un momento y miraba a su alrededor en aquel espacio anárquico al que cada día acudía. Le gustaba observarse desde el exterior, como un mero espectador de sí mismo.
Era uno de los momentos en los que se sentía en plenitud y capaz de volverle la espalda a la razón y mostrarse ante él mismo desnudo, sin mascara que le protegiese.
Aquel silencio lo desgarraba y, a la vez, lo hacía libre.
Se detenía un momento y miraba a su alrededor en aquel espacio anárquico al que cada día acudía. Le gustaba observarse desde el exterior, como un mero espectador de sí mismo.
Era uno de los momentos en los que se sentía en plenitud y capaz de volverle la espalda a la razón y mostrarse ante él mismo desnudo, sin mascara que le protegiese.
Aquel silencio lo desgarraba y, a la vez, lo hacía libre.
Caminó muchas jornadas hasta llegar al fin del universo conocido.
Se detuvo, levantó la vista y comprobó que, aun más allá de la niebla, podía divisar un horizonte que intuyó convexo.
Siempre había querido conocer el polvo en el que se convertiría más allá de donde alcanzara su vista.
Por eso, tenía la certeza de querer seguir el camino sin mapa que le guiase.
Se sentó tranquilamente a recordar cada una de las historias vividas, de las leyendas escuchadas, los campos de batalla atravesados en plena contienda, las heridas infligidas y padecidas y quiso dejar constancia para futuros viajeros.
Se detuvo, levantó la vista y comprobó que, aun más allá de la niebla, podía divisar un horizonte que intuyó convexo.
Siempre había querido conocer el polvo en el que se convertiría más allá de donde alcanzara su vista.
Por eso, tenía la certeza de querer seguir el camino sin mapa que le guiase.
Se sentó tranquilamente a recordar cada una de las historias vividas, de las leyendas escuchadas, los campos de batalla atravesados en plena contienda, las heridas infligidas y padecidas y quiso dejar constancia para futuros viajeros.
Quiso mirar, una vez más, el interior cubierto de cascotes pero tenía miedo de no saber interpretar las señales que encontrase.
Era consciente de que en aquel espacio devastado habían permanecido intactos los pilares sobre los que, a lo largo de los años, había ido construyendo un universo íntimo que daba soporte a sus sentimientos.
La música, la lectura, las historias oídas más allá de los confines de su reino, su propia concepcion sobre la muerte o la vida, sobre el amor y el odio, sobre el perdón y el rencor, habían sido de balizas que marcaron la ruta, las raíces con las que su alma se fijó con fuerza a la tierra fértil en la que fue parida y en la que creció. Nunca dejó de seguirlas, aún en los más despiadados laberintos..
Era consciente de que en aquel espacio devastado habían permanecido intactos los pilares sobre los que, a lo largo de los años, había ido construyendo un universo íntimo que daba soporte a sus sentimientos.
La música, la lectura, las historias oídas más allá de los confines de su reino, su propia concepcion sobre la muerte o la vida, sobre el amor y el odio, sobre el perdón y el rencor, habían sido de balizas que marcaron la ruta, las raíces con las que su alma se fijó con fuerza a la tierra fértil en la que fue parida y en la que creció. Nunca dejó de seguirlas, aún en los más despiadados laberintos..
Sabía que volverían, que a pesar de que su marcha había sido para siempre, volvería y, por eso, esperaba pacientemente.
Puntualmente, siempre al despuntar el día, en ese espacio difuso del alba, en el que la oscuridad y la luz se funden en un intimo abrazo, abría la ventana que se asomaba al horizonte interminable del océano, se sentaba desnuda y dejaba que el viento la acariciara.
Así, podía sentir cómo las emociones iban y venían alrededor de las imágenes que, de manera insistente, su mente creaba a cada instante.
Puntualmente, siempre al despuntar el día, en ese espacio difuso del alba, en el que la oscuridad y la luz se funden en un intimo abrazo, abría la ventana que se asomaba al horizonte interminable del océano, se sentaba desnuda y dejaba que el viento la acariciara.
Así, podía sentir cómo las emociones iban y venían alrededor de las imágenes que, de manera insistente, su mente creaba a cada instante.
Había llegado solo y, a pesar de ello, no se sentía desprotegido en aquel espacio desconocido hasta entonces para él.
Pronto supo que su mejor arma, para conseguir sobrevivir, sería la fantasía y su necesidad obsesiva, casi compulsiva, de crear universos imaginarios, encapsulados sobre la realidad circundante.
Miraba a su alrededor y sentía que todo era posible para su alma renacida sin mancha después de haber librado las batallas más cruentas.
Esperó con impaciencia a que los sueños vinieran de nuevo a él con la misma intensidad que lo habían hecho en el pasado pero, a diferencia de sus vidas anteriores, ahora era dueño de ellos.
Se sintió seguro y comenzó un nuevo viaje.
Pronto supo que su mejor arma, para conseguir sobrevivir, sería la fantasía y su necesidad obsesiva, casi compulsiva, de crear universos imaginarios, encapsulados sobre la realidad circundante.
Miraba a su alrededor y sentía que todo era posible para su alma renacida sin mancha después de haber librado las batallas más cruentas.
Esperó con impaciencia a que los sueños vinieran de nuevo a él con la misma intensidad que lo habían hecho en el pasado pero, a diferencia de sus vidas anteriores, ahora era dueño de ellos.
Se sintió seguro y comenzó un nuevo viaje.
A pesar de que todas sus emociones solían agolparse en su mente de una manera desordenada y caótica, a veces se sentaba embelesado por la vida, por el gusto de verla pasar
Se detenía un momento y miraba a su alrededor en aquel espacio anárquico al que cada día acudía. Le gustaba observarse desde el exterior, como un mero espectador de sí mismo.
Era uno de los momentos en los que se sentía en plenitud y capaz de volverle la espalda a la razón y mostrarse ante él mismo desnudo, sin mascara que le protegiese.
Aquel silencio lo desgarraba y, a la vez, lo hacía libre.
Se detenía un momento y miraba a su alrededor en aquel espacio anárquico al que cada día acudía. Le gustaba observarse desde el exterior, como un mero espectador de sí mismo.
Era uno de los momentos en los que se sentía en plenitud y capaz de volverle la espalda a la razón y mostrarse ante él mismo desnudo, sin mascara que le protegiese.
Aquel silencio lo desgarraba y, a la vez, lo hacía libre.
abía que amanecía siempre por el oeste, por el lugar donde se iba la tarde, por donde las almas reivindicaban su derecho a ser libres, donde las noches hipnóticas reclamaban las verdades. Por eso, se sentía bien a poniente.
Desnudo, ante él mismo, esperaba a que el último naranja se oscurecieran y a que todo volviese a empezar. Así lo hacia desde siempre, al menos desde donde alcanzaba su memoria.
Quería sentir, una vez más, cómo se llenaban las ausencias, cómo cicatrizaban las heridas de las contiendas y se hacían francas las fronteras. Siempre dijo que las noches olían a esperanza.
Desnudo, ante él mismo, esperaba a que el último naranja se oscurecieran y a que todo volviese a empezar. Así lo hacia desde siempre, al menos desde donde alcanzaba su memoria.
Quería sentir, una vez más, cómo se llenaban las ausencias, cómo cicatrizaban las heridas de las contiendas y se hacían francas las fronteras. Siempre dijo que las noches olían a esperanza.
No era una elección fácil pero una vez más, por última vez, quiso confiar en lo que su corazón le dictaba y se detuvo a escucharlo.
Muchas veces su voz había quedado mitigada por la estridencia de las almas en soledad, por la algarabía de otros corazones que, inocentes, buscaban el camino de vuelta para contar lo vivido.
En aquel laberinto , sabía que solo tenía una oportunidad de encontrar la puerta que daba acceso a un presente paralelo en el que nunca había reparado.
Confió en la luz que entraba desde el exterior con la certeza de que sería el verdadero camino. Comenzó un nuevo viaje.
Muchas veces su voz había quedado mitigada por la estridencia de las almas en soledad, por la algarabía de otros corazones que, inocentes, buscaban el camino de vuelta para contar lo vivido.
En aquel laberinto , sabía que solo tenía una oportunidad de encontrar la puerta que daba acceso a un presente paralelo en el que nunca había reparado.
Confió en la luz que entraba desde el exterior con la certeza de que sería el verdadero camino. Comenzó un nuevo viaje.
Al ponerse en pie, vio como se abría ante él un nuevo horizonte, oculto hasta entonces, que se extendía en el espacio virgen intuído más allá de los límites de su universo mínimo.
Pronto vinieron a visitarlo imágenes que prometían aventuras en territorios por explorar; deseos de iniciar caminos, siempre de ida, que no condujeran a ninguna parte y que mereciera la pena seguirlos por el mero placer del viaje.
Mil veces segaron la hierba bajo sus pies y, en ocasiones cayó, pero jamás consiguieron que perdiera la esperanza de orar el mundo a través de la fantasía. Pensó que crear sus propios mundos sería el mejor camino y lo hizo
Pronto vinieron a visitarlo imágenes que prometían aventuras en territorios por explorar; deseos de iniciar caminos, siempre de ida, que no condujeran a ninguna parte y que mereciera la pena seguirlos por el mero placer del viaje.
Mil veces segaron la hierba bajo sus pies y, en ocasiones cayó, pero jamás consiguieron que perdiera la esperanza de orar el mundo a través de la fantasía. Pensó que crear sus propios mundos sería el mejor camino y lo hizo
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